Sunday, November 25, 2007

Un viernes negro, y un sábado, y un domingo, y un lunes...


Hoy es domingo 25 de noviembre. Noviembre, que no diciembre. O sea, final de una locura e inicio de otra.

Dentro de seis horas se extinguirá la semana que contuvo el cuarto jueves de noviembre. En otras palabras, el jueves de Acción de Gracias, Thanksgiving. Fiesta nacional, la más sentida y apreciada por los gringos –y los que se creen que lo son, y los que quieren serlo-, muy por encima de la fiesta estrella de la religión mayoritaria por estos lares: el 25 de diciembre.

Los chavales aporrearon a la puerta del correo electrónico: happy Thanksgiving, Ms. Luis; happy Thanksgiving; enjoy your holidays… Bien, gracias; ya están disfrutadas… de otra manera.

A lo largo de los años he asistido a varias cenas de Acción de Gracias, y no he llegado a saber qué agradece exactamente esta gente.

Quizás sea el inicio del genocidio de las naciones indias para dar lugar a esta resplandeciente sociedad.

Sus cerebros resplandecen con las necias lucecitas de la tele y en sus cocinas los cubos de basura resplandecen con los regalos del consumo desaforado.

Se comen el pavo con puré de patatas y maíz, y se comerían el mundo también.


Pero no les cabe por la boca.




Huyendo de mi propio asqueamiento, quedé con Irma, profesora de español con gran sentido de historiadora, para charlar un rato, pero la charla derivó en conversación peripatética, y el rato se convirtió en dos días de museo en museo, de templo en templo y de jardín en jardín. Ha sido extraordinario recorrer esta ciudad con una mexicana de Querétaro que ha vivido aquí los últimos cuarenta años. Los detalles que me contó y las capillitas, árboles y caserones escondidos que me enseñó, no aparecen en las guías de Houston.


Tras dejar a Irma, regresé a casa por Kirby y Westheimer, cruzando Post Oak Blvd, todas ellas grandes arterias comerciales.



Eran las cinco y media de la tarde. Ni un alma en las aceras. Pocos coches. Todas las tiendas cerradas.



Parecía la víspera de la llegada del huracán Rita en 2005. Salvo por el constante y desagradable olor a pavo asado.



Pasé la fiesta gringa más entrañable y familiar en casita, leyendo el periódico en el sofá, con RNE de fondo. Todo un lujo. En pocas horas sería 23… el viernes siguiente al jueves de Acción de Gracias… el llamado Viernes Negro, Black Friday. Ahora verán por qué.


























Entre las revistas que solemos leer, hay tres (Adbusters, Radical Teacher y Liberty) adscritas a una línea política bastante definida. Sus títulos dicen por dónde van, de todas maneras ya nos han presentado a todos. Desde octubre insistían estas revistas en el boicot al consumismo el viernes 23 (Acción de Gracias fue el jueves 22, repetimos). Al principio nos pareció una bobada mal planeada: tras la cena del pavo, la gente y sus bolsillos iban a estar exhaustos. Otra cosa sería abogar por quedarse en casa el 23 de diciembre, pero un mes antes… No le veíamos el sentido.

Yes; it was going to be Black Friday, yeah! Para los comercios gringos, es el inicio, no oficial, de la Navidad. Y para hacer sitio en sus estanterías a los nuevos productos, suelen abrir a las 5:00 de la madrugada, con unas rebajas del 60-80% en todo. En t-o-d-o.


Al día siguiente, ese dichosito viernes 23, Irma me contó que durante años fue habitual entre ella y sus compañeras de colegio poner el despertador a las 4 de la madrugada y correr a las tiendas el viernes negro, con un recorrido previamente planeado, para hacerse con los ansiados productos a precios ridículos, especialmente perfumería, electrónica y ropa. Este año no lo hizo; habíamos quedado en vernos de nuevo tempranito para ver la capilla de Rothko y la colección Menil. “Me estás purificando” –le dijo a una sorprendida Kurotora. Les prometo que no le puse una pistola en la cabeza para que no se fuera a comprar; se vino conmigo por propia voluntad…


Entonces comprendí el por qué de la campaña de no comprar nada el viernes 23. Es un día crítico. Esta ha sido la campaña televisada –en los pocos canales que han aceptado pasarla- para este año:



Y ésta fue la del año pasado. Hasta los vaqueros la secundaron (It's the law!) Muy tejana y simpática:



Desconocemos cómo fue el seguimiento del Buying Nothing Day, Día de No Comprar Nada. Posiblemente escaso; viendo las estanterías de las grandes tiendas: los parroquianos han arrasado con las existencias. Sin embargo, los adalides de este movimiento son gente nativa y muy joven, lo que esperanza mucho.












La campaña se ha tenido eco en numerosos países industrializados. Ésta es la española:






Así que desde el 23 estamos en (no official) Christmas. En efecto, Andy Williams no para de dar la vara en la 95.7 FM recordándonos que it’s the most wonderful time of the year. Y las cuñas publicitarias se acompañan de cascabeles en trineo.

Las fundaciones privadas engalanan sus edificios y sacan sus coros vestidos de época cantando villancicos…

Hay que saber dónde y cuándo; algo que Irma conocía bien…
(en las fotos, coro y casa de la filántropa Ima Hogg; Bayou Bend Foundation; ni idea de que existía.)


Las calles se engalanan de lucecitas con su correspondiente consumo. El agradable olor a abeto, cuando aparcas y sales del coche. En medio de los parkings, ahí están por docenas, criados en viveros para ser cortados limpiamente, ahí van, atados en las bacas, a secarse despacito, cargaditos de guirnaldas de plástico, en salones con la calefacción a tope.

Sigamos hablando un poquito más de lo que se nos viene encima.

Algunos de ustedes, con todo su cariño, lo sé, empiezan a escribirme preguntando qué quiero que me regalen.

No quiero nada. Igualmente, pasan los años y yo no les regalo nada. Año tras año, me repito: no quiero nada. Pero dada la insistencia de ustedes, visto que a toda costa quieren gastarse su dinero, ahí va lo que quiero.

Quiero que agarren ese dinero con el que me van a comprar algo, portes incluidos, y se vayan a la Casa de la Caridad, que sigue fielmente dando sus servicios de albergue y comedor público en el paseo de la Petxina. Hagan su donación allí. Si no se fían -con todo lo que ha llovido sobre las ONG’s-, pueden hacer la aportación en especie: compren alimentación seca vegetariana (básicamente arroz blanco y legumbres) y/o fruta fresca y llévenlo todo allí. Ese es el mejor regalo que me pueden hacer. Soy muy consciente del esfuerzo y tiempo que eso conlleva, porque su tiempo y esfuerzo, cargando bolsas, yendo y viniendo, también forma parte del regalo. Considérense muy afortunados (de poder dar y no tener que pedir) y muy satisfechos. Yo también lo estaré.

Los que no vivan en Valencia, elijan la asociación caritativa que más confianza les dé y hagan lo mismo.
Si no son capaces de hacerlo, quiere decir que ustedes tampoco se merecen nada. No refunfuñen por el peso de sus compras: la cruz de ése del que dicen celebrar su nacimiento, seguro que pesaba más.























Un paso más atrevido que la campaña de Buy Nothing Day es la de Buy Nothing Christmas. No se trata de no gastarse un duro durante los días de Navidad, sino de respirar hondo y ausentarse de los centros comerciales y las listas de personas a-las-que-comprar-algo. Se trata de recapacitar sobre qué estamos haciendo, qué estamos comprando, por qué lo estamos comprando y si realmente lo necesitamos.


Y mañana, verbos irregulares en pretérito perfecto, para Español. Rección nominal de genitivo para Árabe. Vendrán muy descontrolados; muchos regalos que enseñar; muchas telehistorietas que contar. Espero poder controlar los seis grupos –sobre todo el de la quinta hora, ay- y compartir todos los pájaros de todos.

A la vez, nos tienta la idea de desertar, desaparecer. Arrancar el coche y no parar hasta Nuevo México, hasta el desierto de Arizona, y cuando no quede gasolina, seguir andando y andando hasta fundirnos con el paisaje. Queremos hacerlo. Podemos hacerlo. Pero no debemos; es una solución muy egoísta y cobarde. Hay que seguir arremangándose e intentar salvar a un puñado de estos desgraciados condenados a consumir y no pensar. Abrirles los ojos. Ese es nuestro regalo.

Críticos ciudadanos, digo, obedientes consumidores del país de las barras y las estrellitas. Estrellitas, titas, titas, titas…